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Leyendo “Reyes de la Avenida Madison”

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(por Ibán Manzano)

Cargar con Reyes de la Avenida Madison de casa al trabajo y del trabajo a casa es una de las maneras más acertadas que se me ocurren de celebrar que tras muchos desmentidos, rumores y dados envenenados por fin se confirma que habrá quinta temporada de Mad Men. Todavía me quedan algunas lecturas para acabarlo, pero puedo asegurar que se trata de un fascinante ensayo de más de 400 páginas sobre el fenómeno que rodea a la serie. La edición original del libro pertenece a 2009 y únicamente contaba con reseñas exhaustivas de los capítulos de las dos primeras temporadas. Para su salida al mercado español, Capitán Swing ha incorporando análisis de toda ralea no sólo sobre el texto, sino también sobre el contexto. Los autores facilitan una serie de claves históricas (los movimientos sociales, el papel de la mujer, la presidencia de Kennedy) para intentar comprender la lógica interna que rige el ecosistema de la serie y dar la medida de la histérica atención al dato de Matthew Weiner. También dedican párrafos y párrafos a la caligrafía visual de la serie que ha configurado un nuevo abc de lo cool, proponiendo psicoanalíticas teorías que nos dejarán sin aliento acerca del traje recto, más que una prenda de armario toda un arma dialéctica dentro de la mecánica argumental de la serie.

El artículo escrito por Jesús G. Requena (uno de mis mejores profesores de la facultad) es quizás en su brevedad uno de los más esclarecedores; pone en relación los títulos de créditos iniciales con el sueño recurrente de Scottie en Vértigo, bajo la afirmación de que ambas ficciones comparten como tema central la caída al vacío del hombre moderno. Tanto Donald Draper como Scottie pertenecen a esa generación de machos criados en la cultura de la imagen que intentan conquistar la felicidad a través de su simulacro, sin otra intención que escapar, como apuntaba Žižek en The pervert’s guide to cinema, de la pesadilla del fundido a negro. El análisis de Vértigo sirve como punto de partida para sumergirnos en otras referencias culturales no menos obvias. Don Draper recoge el testigo de esos hombres hechos a sí mismos a los que la prosa americana ya rindió cuentas en El gran Gatsby (con inminente y peligrosa versión al canto de Baz Luhrman) y que en el cine han sido llamados Charles Foster Kane, Daniel Plainview o Mark Zuckerberg. Imposible resulta dejar a un lado al “cronista de la era de la ansiedad”. Si hacemos caso a su palabra, Weiner no tuvo un ejemplar entre sus manos de Revolutionary Road de Richard Yates (uno de esos libros en los que cada palabra parece escrita con la misma naturalidad con la que parpadeamos) hasta la producción del piloto. Asegura que de haberla leído antes, “no hubiera tenido huevos” de toserle a este paisajista incontestable de los días del televisor en color.

Echo en falta por supuesto muchas cosas, aunque puede que las pocas páginas que me restan para acabarlo, me dejen satisfecho. Sobre todo creo que el papel de la música no está lo suficientemente explicado en términos dramáticos. Si el tiempo me lo permite elaboraré una lista de Spotify en la que cada canción vaya acompañada de unos de los cócteles que, esta vez sí, el libro nos enseña a preparar (rematando la jugada con una fiesta de altos vuelos, pág 245-258). No obstante, pese a que Reyes de la Avenida Madison no ofrezca toda la cohesión que cabría esperar, se pueden detectar yendo y viniendo por sus páginas los temas que siempre he creído que vertebran la serie. Como son 1) la publicidad como industria sintomática del capitalismo de los últimos 50 años, 2) el establecimiento de la cultura de las apariencias entre finales de los 50 y principios de los 60 y de la que Draper sería el ejemplo paradigmático, como creativo publicitario el spot más elaborado al que se enfrenta es su propia vida, 3) en esa misma línea, la obsesión americana por inventar un pasado mítico ante la falta de uno histórico, de nuevo una campaña publicitaria de altos costes y 4) la fetichización del deseo y sobre todo su proyección sobre los bienes de consumo. Al contrario de lo que nos parece en el primer visionado, Mad Men no es un tratado clínico sobre una época imaginativamente reeleaborado, sino que bajo su apariencia de naturaleza muerta se ocultan subterráneas corrientes de emoción. Ese escaparate de vestidos, actitudes y vasos de whisky esconde la lucha a muerte de unos personajes por eludir la certeza warholiana por la cual sus ansiedades están condenadas a sumarse a la cadena de producción de kenes y barbies a escala humana.


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